“Si empiezo de nuevo no los alcanzaría. Son demasiados partidos”, reflexiona Pep Guardiola en la víspera de una cita señalada. Este domingo el Manchester City visita Anfield (17.30, Movistar y DAZN) y el entrenador cumplirá mil partidos oficiales desde que el Barcelona le confió el banquillo de su filial en 2007. Su cambio físico es evidente, el del fútbol también. Guardiola ha reescrito los renglones de este deporte para ofrecer soluciones que hoy aplican equipos de todo tipo y condición, desde edad prebenjamín a la élite, y ha logrado la cuadratura de un círculo que muchos anunciaron que era imposible lograr: la de partir de un concepto romántico del juego y hacerse ganador. “Tuve y tengo la suerte de entrenar a jugadores muy destacados”, asume. Pero con ellos, y quien sabe si en algunos momentos también a pesar de ellos, se ha revelado como un ganador. Los datos así lo anuncian porque llega al partido mil con 715 victorias, 156 empates, 128 derrotas y 40 títulos, un 71,5% de media. Guardiola pierde poco más de uno de cada diez partidos que dirige y en la víspera del partido de hoy en Liverpool, 18 años después del estreno, apuntó este viernes tres valores en los que se ve aún más imbatible: “Dedicación, pasión y amor por mi trabajo”. En un recorrido por su trayectoria no es complicado identificar esos y varios más que le mantienen en la vanguardia.El estilo. Guardiola salió a hombros del Camp Nou el día de San Juan de 2001 tras un partido contra el Celta. Tardó seis años en sentarse en el banquillo de un equipo del club de su vida. “Me valía cualquiera, un infantil, un cadete. Me dieron el Barcelona B y estoy muy agradecido”, explicó entonces. Atrás quedaba un recorrido como jugador en el que buscó referencias en Italia, Qatar y México. Y siempre, siempre, Johan Cruyff. Pero se abrió a todo tipo de fuentes. En la Serie A conoció a Carletto Mazzone, una figura irrepetible del que tomó apuntes y al que en una de sus colaboraciones con este diario le identificó como su padre italiano. “Vieja escuela, un entrenador de piel”, le definió Guardiola en una entrevista emitida por una televisión italiana en la que describe como conoció a Mazzone el día que llegó a Brescia y le presentaron ante la afición antes de un derbi contra el Atalanta. Aquella tarde el entrenador, harto de los improperios de la afición visitante anunció a viva voz que si empataban un partido que perdían por dos goles se iría a celebrarlo ante quienes le insultaban. Cuando llegó la igualada atravesó el campo como poseído y se plantó ante la hinchada. “¿Este va a ser mi entrenador? ¿Son así todos los partidos?”, preguntó Guardiola en el palco. Pero empastaron como pocos. “Ya era entrenador cuando jugaba”, reflexionó tiempo después Mazzone, el técnico que más partidos ha dirigido en la Serie A. En su primera final de Champions, en Roma ante el Manchester United, Guardiola invitó a su exentrenador al partido. Mazzone, que falleció hace dos años, no dudaba al describir a su antiguo pupilo. “Le ha hecho uno de los mayores servicios que se le pueden hacer al fútbol, el de demostrar que se puede ganar jugando lindo”. A aquel Brescia en el que Guardiola tanto se divirtió compartiendo cancha con Roberto Baggio le daba Mazzone una pauta bien sencilla: posesión, balón al piso e iniciativa en el juego.La pasión. En el verano de 2006 se sacó el título de entrenador en un curso que abrió la RFEF a exjugadores de Primera. Con él se sentaron en el aula Luis Milla, Rafa Martín Vázquez, Paco Jémez o Miroslav Djukic al que no hace mucho se encontró en Manchester. “Lo que daría ahora por tener en el equipo a un defensa como tú”, le dijo Pep al exjugador de Dépor y Valencia. Cuatro meses después de tener la titulación en el bolsillo, con 35 años, Guardiola anunció que colgaba las botas. Poco antes había estado en Argentina para entrevistarse entre otros con César Luis Menotti y Marcelo Bielsa, al que le preguntó por los motivos que le hacían seguir en un mundo como el del fútbol profesional entre críticas y presiones de todo tipo. “¿Sabe lo que ocurre?”, le inquirió Bielsa antes de contestarle: “Necesito esa sangre”. Aquel verano de 2006 Guardiola retomó unas colaboraciones con El País que ya había mantenido cuando era jugador en el Mundial de Estados Unidos. En Alemania escribió unas sentidas líneas previas a la final para ponderar a uno de sus favoritos, Zinedine Zidane. “Tiene bonito hasta el nombre”. Quedaban horas para el último partido del astro francés y Guardiola reflexionaba: “Dice que se va. A lo mejor, porque antes del Mundial se ha aburrido. El aburrimiento puede con todo y con todos”. Al menos como entrenador, Guardiola no se ha aburrido todavía. La pasión, la autoexigencia y el amor al juego son su gasolina.Los primeros tumbos. Guardiola se puso en el mercado como técnico poco antes de la Navidad de 2006 y empezaron a relacionarle con diversos destinos. Pontevedra, Levante, Nàstic… Nada se concretó hasta que le llamaron para reconstruir al filial del Barcelona, que había caído a Tercera. “Como jugador fui lo que fui, pero como entrenador parto de cero. No tenía ninguna oferta, nadie me había llamado y, por eso, estoy muy agradecido al club, porque para mí es un privilegio poder entrenar al Barça B”, explicó en su presentación. Firmó un contrato de dos años y conformó un staff en el que dos piezas siguen todavía a su lado, el preparador físico Lorenzo Buenaventura y su auxiliar, Manel Estiarte. Guardiola, en una rueda de prensa de la presente edición de la Champions.Ed Sykes (Action Images via Reuters)La elección de Joan Laporta, sostenida por el consejo de Cruyff, tenía miga porque Guardiola, cuando aún era futbolista, había sido una de las piedras angulares de la candidatura de Lluis Bassat, su principal rival en la carrera por la presidencia en 2003. En un reciente vídeo divulgado por el Manchester City, Guardiola se sorprende de su osadía por haberse postulado como director deportivo con Bassat, que cuatro años también había fracasado en su asalto a la presidencia con Txiki Begiristain como opción para ese puesto. Una escisión posterior había colocado al vasco, que llegó al cargo con Laporta, y a Pep uno enfrente del otro, pero el tiempo (y Cruyff) colocó las piezas en cada lugar. Y el de Guardiola no era el de negociar con agentes en un despacho. La valentía. “No tendrás cojones de hacerlo”, le dijo Guardiola a Laporta cuando el presidente le dijo que pensaba en él para reemplazar a Frank Rijkaard al frente del primer equipo. Acababa de devolver al filial a Segunda B tras una campaña plena de certezas que Cruyff monitorizó al detalle. A mitad de temporada el genio holandés le dijo a Laporta que Pep ya estaba preparado y nada más asumir la responsabilidad se vio que Guardiola iba fuerte: pidió la salida de Ronaldinho, Deco y Eto’o. El camerunés tuvo que convencer al técnico en la pretemporada para quedarse. Una concentración en Escocia cocinó un nuevo equipo en el que la mitad de la plantilla se había formado en La Masía. Su primera decisión clave fue permitir a Messi irse a los Juegos Olímpicos con Argentina. Y se puso como ejemplo con su experiencia en el 92. “Ve y gana. Es una vez en la vida”. Messi regresó con la medalla de oro y convertido en un pretoriano del entrenador. “Guardiola nos dio lo que nos faltaba: orden y disciplina”, revisó Xavi año y medio después cuando el equipo estaba a punto de firmar un sextete histórico que empezó con una derrota en Soria y un empate en el Camp Nou contra el Santander. Tras ese partido, y algún pañuelo que asomó en la grada, Cruyff firmó un memorable artículo en El Periódico de Catalunya que tituló “Este Barça pinta muy, muy bien”. “Allá cada uno con sus conclusiones. El peor arranque de Liga en muchos años. Un gol a favor en dos partidos y de penalti. Dos ocasiones del rival y dos goles encajados. Numéricamente, verdades absolutas. Futbolísticamente, la lectura debe ser otra”. El gurú blaugrana definió a un equipo “sobresaliente en el juego de posición y notable en el ritmo de balón”. Y advirtió sobre el entrenador: “El primero que está por la labor es Guardiola. Ni inexperto ni suicida. Ve, analiza y toma decisiones”. No dejó de hacerlo, pero el desgaste le pasó factura.La ilusión. “Cuatro años son una eternidad. Me he vaciado y necesito llenarme”, dijo al irse del Barcelona, donde ganó quince títulos (siempre reivindica la Liga ganada en Tercera División como el primero). Ahora está a punto de cumplir una década en Manchester y tiene combustible en el depósito de la ilusión. Este viernes deslizó una clave para entenderlo al comparar un Liverpool-City como el que vive hoy con un Barça-Real Madrid. “En el estadio las aficiones son similares. Es fantástico, pero en España el ruido externo es mil veces mayor que aquí”. Guardiola disfruta en Manchester del sosiego preciso para enfocarse en lo que le apasiona, el juego y como evolucionarlo. Sublimó el juego de posición y exprimió el talento de los pequeños para dominar al rival y jugar en su campo. Ahora su última versión del Manchester City transita como los grandes contragolpeadores y busca en largo los espacios para Haaland. El adalid del falso nueve exprime ahora al delantero centro del futuro, el estratega que sacaba la pelota jugada desde la línea de fondo desde las botas de Víctor Valdés -“tienes que atreverte”, le conminó- entrega ahora la portería a Donnarumma. Todas las decisiones de Guardiola son escrutadas y analizadas por un tropel de técnicos que atienden a su condición de gran innovador. No son pocos los equipos que ahora posicionan a algún lateral invertido para generar ventajas por dentro en ataques posicionales e incontables los equipos de fútbol base que sacan la pelota desde atrás para desnudar a sus rivales. Y él estudia a los demás. Cuando Ange Postecoglou entrenaba al Tottenham elogió su solución para encontrar superioridades con los laterales como centrocampistas ofensivos. Nunca se cortó en preguntar y tratar de entender. A Natxo González, que luego entrenó entre otros a Zaragoza, Deportivo o Alavés, le llamó cuando entrenaba al Sant Andreu (club al que ha vuelto este verano) para compartir con él y con Tito Vilanova criterios sobre su manera de posicionar al equipo en defensa o los movimientos de los delanteros entre lateral y central rival en un 4-4-2 en rombo.La búsqueda de la excelencia. Guardiola es un obsesionado de la perfección, dicen quienes le han tratado. Exige y se autoexige, duda y corrige. Antes de irse al Bayern dedicó su único año sabático en estos últimos 18 cursos a estudiar alemán. Y se ganó el respeto de un entorno muy poco permeable a las ideas balompédicas del exterior. En el repaso de su estancia en Munich, Guardiola siempre explica que fue allí donde se dio cuenta de que no podía seguir jugando como lo hacía en el Barcelona. Y empezó a convertirse en el gran ecléctico que es a día de hoy. “Inventas algo y te montan un antídoto para contrarrestarlo. Y vuelta a empezar”. Ese proceso le apasiona.Guardiola dejó una impronta singular en la Bundesliga. Aquel Bayern en el que los extremos transitaban por todo el frente del ataque, el delantero armaba juego en la medular o los zagueros aparecían en el centro del campo, de alguna manera estaba homenajeando el fútbol total de la Holanda de 1974 en la casa de quienes encontraron el antídoto para batirla. “A Pep le gustó trabajar en lo que él denominaba ante Cruyff como el jardín de Beckenbauer”, confía un periodista que le conoce bien. Se fue en cuanto percibió que no podía luchar contra cierta nomenclatura bávara. Ganó siete títulos, pero no logró la Champions que le pedían y que había alzado el equipo justo antes de que llegase. Herrmann Gerland, director deportivo del club en 2016, apuntó en un podcast del diario Bild que Guardiola fue muy expresivo al explicarle que no quería seguir en la Bundesliga: “No me apetece prepararme otra vez para jugar contra el Werder Bremen. Necesito algo diferente”. Pero esta misma semana tras el partido contra el Borussia Dortmund apuntó a la prensa germana que fue “muy feliz” en Munich, donde ha tenido casa varios años después de irse.La evolución. La áspera Manchester se siente también como un hogar para Guardiola, que se juntó allí de nuevo con Txiki Begiristain, recientemente jubilado, y con Ferran Soriano, CEO del club y que había sido vicepresidente suyo en el Barça. Juntos han conformado un núcleo sin fisuras al que contribuye la más que fluida relación con el presidente Khaldoon Al Mubarak. En el City han conseguido el hito de ganar cuatro ligas consecutivas, algo jamás visto en la larga historia de la Liga de los inventores del fútbol. Y la Champions del 2024 zanjó una exigencia que parecía enquistarse. Guardiola ha ganado al menos una vez todas las competiciones en las que ha tomado parte excepto la Supercopa alemana, en la que cayó las tres veces que la disputó en un formato de partido único en el campo del rival. En Manchester lo ha ganado todo y ha transitado del juego de posición y de altas posesiones de balón a una mistura que atrae y aprovecha los errores del rival. El equipo se construye en base a pretorianos como Bernardo Silva, Ruben Dias o Rodri Hernández. En el Barcelona, o incluso en Munich con su influyente entorno mediático, todo era más pasional. En Inglaterra, Guardiola siente que domina las crisis o las situaciones tangenciales al fútbol que influyen en el día a día del plantel y como lo demás, lo que tiene que ver con la pelota, le sigue apasionando decidió renovar hasta junio de 2027. Así que los 1.000 partidos que cumple este domingo no dejan de ser una estación de paso mientras quienes se revuelven ante su innegable influencia no dejan de resonar esa ya clásica frase de “cuanto mal le ha hecho Guardiola al fútbol”. Puede parecer un desdén, pero en realidad no cabe mayor elogio.

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